Mi lucha silenciosa por la vida
16-ABRIL
Durante estos 40 Días por la Vida, he estado en vigilia, frente al centro GINETEC, donde cada día se apagan vidas que aún no han comenzado a hablar. No he estado solo; me han acompañado hermanos y hermanas en la fe, que como yo, rezan por los no nacidos, por sus madres, por los médicos, por todos. Pero también me ha acompañado algo más fuerte: una lucha interna, un diálogo constante entre la fe, la compasión y la realidad.
Como voluntario del Teléfono de la Esperanza, sé que rezar es esencial, pero también sé que no basta. Hace falta acción, acogida, presencia. Y en estos 40 días he sentido una ausencia dolorosa: ninguna mujer se nos acercó a pedir ayuda. Tal vez por miedo, tal vez por vergüenza, tal vez porque no nos vieron como un refugio, sino como un juicio. Y eso me duele. Porque yo no quiero condenar a nadie. Yo quiero abrazar, consolar, tender la mano.
Creo profundamente que toda vida merece nacer, que la vida es sagrada desde el primer latido. Pero también entiendo el dolor de una violación, la desesperación ante una malformación grave, la angustia de una joven que se queda embarazada sin saber qué hacer. ¿Cómo no entender? ¿Cómo no dolerse con ellas? En esos casos, más que nunca, hace falta amor, no dedo acusador. Hace falta ternura, no castigo. Hace falta presencia, no abandono.
A veces me he sentido tibio. Me ha dolido no saber qué decir, o sentir vergüenza por estar ahí, con mi cartel, mientras la ciudad seguía su curso. Me he sentido fuera de lugar, como si lo raro fuera defender la vida. Entre el silencio de los que entran y el ruido del mundo que pasa, a veces he sentido que era yo el que estaba equivocado. Pero no. Esta es una lucha espiritual real. Una batalla entre la cultura de la muerte y la esperanza de que, tal vez, una sola vida pueda salvarse. Y eso lo vale todo.
No luchamos contra personas. Luchamos por corazones. No gritamos sentencias. Susurramos oraciones. No señalamos heridas. Queremos sanarlas.
Si alguna mujer me está leyendo, y ha pasado por esto, o está pensando en abortar: no estás sola. No queremos juzgarte, queremos ayudarte. No nos importa tu pasado, nos importa tu futuro. Y el de esa pequeña vida que tal vez aún late en ti.
Rezar es el principio. Amar es el camino. Estar presentes es el testimonio.
Yo he estado ahí, con mi vergüenza, con mis dudas, con mi fe. Pero también con todo mi amor por la vida. Y lo seguiré estando.
Fernando
Como voluntario del Teléfono de la Esperanza, sé que rezar es esencial, pero también sé que no basta. Hace falta acción, acogida, presencia. Y en estos 40 días he sentido una ausencia dolorosa: ninguna mujer se nos acercó a pedir ayuda. Tal vez por miedo, tal vez por vergüenza, tal vez porque no nos vieron como un refugio, sino como un juicio. Y eso me duele. Porque yo no quiero condenar a nadie. Yo quiero abrazar, consolar, tender la mano.
Creo profundamente que toda vida merece nacer, que la vida es sagrada desde el primer latido. Pero también entiendo el dolor de una violación, la desesperación ante una malformación grave, la angustia de una joven que se queda embarazada sin saber qué hacer. ¿Cómo no entender? ¿Cómo no dolerse con ellas? En esos casos, más que nunca, hace falta amor, no dedo acusador. Hace falta ternura, no castigo. Hace falta presencia, no abandono.
A veces me he sentido tibio. Me ha dolido no saber qué decir, o sentir vergüenza por estar ahí, con mi cartel, mientras la ciudad seguía su curso. Me he sentido fuera de lugar, como si lo raro fuera defender la vida. Entre el silencio de los que entran y el ruido del mundo que pasa, a veces he sentido que era yo el que estaba equivocado. Pero no. Esta es una lucha espiritual real. Una batalla entre la cultura de la muerte y la esperanza de que, tal vez, una sola vida pueda salvarse. Y eso lo vale todo.
No luchamos contra personas. Luchamos por corazones. No gritamos sentencias. Susurramos oraciones. No señalamos heridas. Queremos sanarlas.
Si alguna mujer me está leyendo, y ha pasado por esto, o está pensando en abortar: no estás sola. No queremos juzgarte, queremos ayudarte. No nos importa tu pasado, nos importa tu futuro. Y el de esa pequeña vida que tal vez aún late en ti.
Rezar es el principio. Amar es el camino. Estar presentes es el testimonio.
Yo he estado ahí, con mi vergüenza, con mis dudas, con mi fe. Pero también con todo mi amor por la vida. Y lo seguiré estando.
Fernando